Historia de los cementerios de Ubrique

Ubrique empezó a ser repoblado con cristianos en 1501 siguiendo un plan trazado por Beatriz Pacheco, duquesa de Arcos. A los colonos que llegaban les daban tierras y las casas que habían habitado los mudéjares ubriqueños expulsados.

Solo 6 años más tarde (1507) la duquesa recibía de los repobladores esta trágica noticia:

… sabrá Vuestra Señoría que el miércoles veynte e dos de este mes de septiembre mataron los moros dos vecinos de Ubrique e uno de Archite al pie de la Garganta de Millán, en canto de los Buhedos [Bujeos], y más que no parecen, y esto muy Magnifica Señora acaezió por la mañana, de día, salido el sol, por manera que no osamos salir de las puertas afuera y andar los caminos. Fasémoslo saber a Vuestra Señoría para que sepa la vida que tenemos con estos moros.

Este texto antiguo fue transcrito por Federico Devis Márquez en su artículo “Aspectos sobre la revuelta mudéjar de 1501 en la Serranía de Villaluenga” (Papeles de Historia, 1, 1986). Cuando lo leí me pregunté dónde enterrarían a esos dos ubriqueños (o más) muertos en la Garganta de Millán. Y después me vino una duda más general: ¿cuál sería el primer cementerio de la historia moderna de Ubrique?


El cementerio junto a la Iglesia de Nuestra Señora de la O

Tengo escrito un artículo en el que defiendo que la iglesia parroquial de Ubrique, la que llamamos de Nuestra Señora de la O, es mucho más antigua de lo que suponía el historiador local Antonio Carrasco Cides (Fray Sebastián). Este, en su Historia de la Villa de Ubrique, afirma que este templo data de 1773 en adelante. Muy al contrario, he encontrado datos que sostienen que su fundación podría remontarse nada menos que a 250 años antes. Pues bien, junto a esta iglesia parece claro que hubo un cementerio, probablemente el primero que pueda conceptuarse como tal en la era moderna de Ubrique.

Era habitual en aquellos tiempos enterrar junto a las iglesias, y así se hacía sin duda en Ubrique, como queda patente por el precioso testimonio toponímico que ha quedado en nuestro callejero: la calle de las Ánimas, que está situada a unos 60 metros de la parroquia, paralelamente a su muro norte. En la siguiente imagen hago una burda recreación de cómo podría haber visto un pájaro esa zona de Ubrique a mediados del siglo XVI.

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Nótese que al este de la parroquia está la actual ermita de San Antonio, en la calle de la Torre, cuyo nivel topográfico es bastante más alto que el de la explanada donde se edificó la parroquia. Aunque solo hay noticias de esta ermita desde el primer tercio del siglo XVIII, hay quien defiende que fue la primera iglesia de Ubrique. Pero, incluso admitiéndolo, sería difícil concebir un cementerio a su vera porque el abigarramiento urbanístico típico de los poblados medievales musulmanes difícilmente dejaría espacio. Sí es posible que en su interior pudieran inhumarse algunos cadáveres (aunque no he oído que se hayan encontrado restos), pero el edificio es pequeño, por lo que en pocos años habría quedado saturado. (Esta imagen es de ubriqueturismo.es).

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La denominación calle de las Ánimas está conectada con la existencia de un camposanto en todos los casos que conozco. Por ejemplo, en Santander, a su antiguo cementerio de San Fernando se accedía por el callejón de las Ánimas. Sobre Alcantarilla (Murcia), véase lo que cuentan Pedro L. Cascales López y Juan Cánovas Orcajada:

Tras el traslado de la población en el año 1545, y la construcción de la nueva Iglesia de San Pedro, los enterramientos se fueron realizando tal y como era costumbre en aquella época, junto a los muros de la Iglesia; y así, el tramo de la actual Calle de las Ánimas, entre la Calle Mayor y Calle de San Pedro a espaldas de la Iglesia, era conocida como “Calle del Osario”, figurando con esta denominación hasta mediados del siglo XIX. Además, para personas pudientes que sí podían pagarlo, la propia Iglesia contaba con una cripta bajo el altar mayor (que todavía existe, aunque cegada) en donde recibían sepultura ese reducido número de alcantarilleros.

En Chiclana había una calle de las Ánimas detrás de la iglesia de San Juan Bautista y junto al cementerio antiguo, según recoge Luisa Victoria Pérez García en su tesis doctoral Cementerios en la provincia de Cádiz (Arte, sociología y antropología) (Universidad de Málaga 2015), un trabajo extraordinario que, como su nombre sugiere, se ocupa de un fenómeno de la cultura humana tan trascendente como es depositar los restos de nuestros semejantes en lugares que los protejan de cualquier perturbación, actitud que parece claramente correlacionada con el desarrollo de la capacidad cognitiva y que ya se aprecia en los neandertales, que hacían inhumaciones con componentes simbólicos intencionales aparejados.

¿Usaban los vecinos la denominación “de las Ánimas” por haber visto vagar por la calle a espíritus en pena? No; las explicaciones pueden ser varias, pero nada fantasmales. Algunas iglesias tenían una puerta de ánimas por la que sacaban a los cadáveres que iban a ser enterrados en el cementerio anexo. Es el caso de la parroquia de San Salvador de Getafe, y no tiene nada de extraño que la parroquia de Ubrique tuviera también una puerta de este tipo en su pared norte (hoy adosada a viviendas). La iglesia parroquial de Valverde del Camino (Huelva) contaba con una puerta de ánimas que daba acceso a la bóveda de enterramientos, y sobre ella había un Cristo de Ánimas. Precisamente la existencia de una imagen de esta advocación en un muro de la iglesia o del mismo camposanto ya serían una buena razón para llamar de las Ánimas a la calle próxima. O bien la existencia de un retablillo de Ánimas como el que hay en la fachada de la Parroquia de San Pedro de Sevilla y muestro en la siguiente imagen (tomada de Diario de Sevilla).

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Si bien hay que tener en cuenta que este azulejo cerámico es de los años de 1960, no me parece muy osado suponer que antiguamente se colocaran símbolos similares en las paredes de las iglesias colindantes con lugares de enterramientos. (Este retablo, por cierto, es copia de una pintura mural situada en el interior de la mencionada iglesia, en una capilla de la Hermandad de las Ánimas, y data del primer tercio del siglo XVIII).

Como curiosidad adicional, según leo en la tesis de Luisa Victoria Pérez, el cementerio actual de Conil se construyó en un lugar en el que preexistía una cruz de humilladero llamada Cruz de las Ánimas. Este tipo de mojones se colocaban antiguamente a la entrada de las poblaciones como manifestación de devoción católica. Creo que no es descartable que Ubrique pudiera tener un elemento parecido más o menos a la altura de la actual calle de las Ánimas, ya que por allí estaría en algún momento la entrada al pueblo.

Por lo demás, el maestro de Ubrique Manuel Cabello Janeiro, que era bastante sagaz en la averiguación de hechos relacionados con la historia de Ubrique, ya propuso en su libro El Beato Diego José… y Ubrique que tuvo que existir un cementerio entre el muro norte de la iglesia de Nuestra Señora de la O y la calle de las Ánimas. El lugar era idóneo. Estaba a menos de 100 metros en línea recta del núcleo urbano primitivo, pero mucho más abajo, en un llano. Desde la calle de la Torre los deudos podrían ver perfectamente la tumba de sus seres queridos al abrigo del muro de la iglesia, como puede comprobarse en la siguiente imagen (https://www.ubriqueturismo.es/ermita-de-san-antonio/);

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También se hacían enterramientos dentro del templo, pero solo de aquellas personas que dejaban rentas a los curas beneficiados. En las Misceláneas correspondientes a la Villa de Ubrique, escritas por Rafael de Aragón Macías en el siglo XIX, este autor copió una “memoria al beneficio” de 1538 en la que el testador decía: “en la Yglesia de ella [la villa de Ubrique] donde mandé enterrar mi cuerpo dos memorias por mi ánima (…)”. En otra de estas disposiciones testamentarias, datada en 1550, se lee:

mando que en cada un año para siempre jamás después del día de mi enterramiento, en aquel mismo día que mi cuerpo fuese sepultado en cada año como dicho es, me digan en la Yglesia de esta dicha villa, donde mando enterrar mi cuerpo, una misa cantada (…) e que le pongan acompañando la Cruz a la dicha misa e vigilia que ha de estar sobre mi sepultura (…) mando que se diga de misas rezadas en la dicha Yglesia por los clérigos de ella por mi ánima e de mis defuntos (…).

Por su parte, en la memoria al beneficio de Cristóbal Benítez, del 1 de junio de 1563 se lee: “que se ponga ensencio [incienso] y dos hachas con la Cruz que se ha de poner sobre su sepultura”.


El cementerio del convento de Capuchinos

En torno a 1668 fue concluida la construcción del convento que la orden de los Capuchinos fundó en Ubrique. En su iglesia fueron enterrados cadáveres durante el tiempo que estuvo permitido (de hecho, supongo que el patrono fundador, el licenciado Alonso Borrego Carvajal, clérigo beneficiado de la iglesia de Ubrique, impuso como condición para financiar la obra ser sepultado en este templo). Los frailes también serían enterrados en el interior. Según Luisa Victoria Pérez, estos enterramientos intramuros del convento fueron tapados en 1904 cuando se colocó una nueva solería de mármol.

Aparte de eso, en el exterior del edificio conventual se había creado un camposanto que estuvo acogiendo cadáveres aceptados por los frailes hasta la última década del siglo XIX, momento en que fue clausurado. En 1911, en un documento municipal se constató el pésimo estado de este cementerio, cuyos nichos se encontraban en estado ruinoso.

Por cierto, en él fue enterrado en 1871 el alcalde de Ubrique Cristóbal Toro, asesinado el 11 de marzo de ese año. Esto se lee al respecto en un documento que se conserva en el Registro Civil:

En la villa de Ubrique, a la 1 de la tarde del día 12 de marzo de 1871, en virtud de oficio que en esta fecha ha pasado a este juzgado el Sor. D. Manuel Galluri, Juez de primera instancia de este partido, participando haber acordado en providencia de la misma fecha mandar dar sepultura al cadáver de D. Cristóbal Toro, alcalde de esta Villa (…) y que a su cadáver se habrá de dar sepultura en el cementerio del Convento de esta población.

Esperanza Cabello cuenta en su blog que el cementerio del Convento se llamaba de San Francisco y que ocupaba un trozo de la huerta de los frailes. Ella ha revisado los libros de defunciones en busca de antepasados o conocidos y, a título de ejemplos, anota que en ese mismo año de 1871 también fue enterrado en el cementerio del convento Serafín Vecina Poley, y en febrero de 1878 José Coveñas. No obstante, no debemos perder de vista que este nunca fue, ni mucho menos, el camposanto principal de Ubrique en aquellos tiempos, sino que era el de San Sebastián, llamado en los libros de defunciones cementerio general y del que paso a ocuparme.


El cementerio de San Sebastián

El convento de Capuchinos se construyo en la parte norte del núcleo urbano de Ubrique. Al sur del pueblo ya existía desde 1600 una ermita que fue llamada de San Sebastián y que actualmente es una iglesia que los ubriqueños conocen como El Jesús. Junto a ella estuvo el cementerio de San Sebastián hasta el último año del siglo XIX, aunque no fue completamente desmantelado hasta una década más tarde, razón por la que aparece en planos como este de 1910:

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Pero ¿cuándo fue creado este cementerio?

La ermita de San Sebastián se fue deteriorando con el tiempo hasta llegar a amenazar ruinas, por lo que hubo que realizar trabajos de consolidación, aprovechándose al mismo tiempo para ampliarla. Fray Sebastián dice que la reedificación de esta iglesia se hizo en 1774-1775, pero tuvo que extenderse más a juzgar por una Carta edificante que escribió el presbítero Buenaventura José Carrasco en 1781 con motivo de la muerte del presbítero Ignacio Calvo y Gálvez y que reproduce el propio Fray Sebastián. En ella se lee:

En la obra de la ermita que en honor de nuestro patrón San Sebastián se está labrando en esta villa lo vimos [al presbítero Ignacio Calvo] en repetidas ocasiones, cual si fuese un humilde peón, disponer las mezclas, ayudar a los maestros y conducir sobre sus débiles y delicados hombros las piedras y materiales para ella necesarios.

Nótese que se dice “se está labrando”, luego en 1781 continuaban las obras.

Esta es una imagen de la Iglesia de Jesús en el primer tercio del siglo XX que figura en el libro de Fray Sebastián. El cementerio quedaba a la derecha, pero no se ve.

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Según Fray Sebastián, “posteriormente se convirtió la haza adjunta en cementerio público”. Se trataba de una pequeña parcela en forma de L que quedaba al costado oeste de la iglesia y en su parte trasera (sur), como se ve en el plano de más arriba.

Dice Luisa Victoria Pérez que, existiendo ya un cementerio junto a la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la O (además del cementerio del convento), es muy probable que lo que motivaría la construcción de este nuevo camposanto fue que en 1787 se promulgó una Real Cédula de Carlos III que prohibía los enterramientos dentro de las iglesias y recomendaba situar las necrópolis cerca de alguna ermita a las afueras de las poblaciones, como medida de precaución para evitar la proliferación de las epidemias. No obstante, en la de fiebre amarilla de 1800 este cementerio no se utilizó, sino que se decidió enterrar a los fallecidos por la enfermedad en los campos, aunque quizá no en sitios adecuados, a juzgar por una denuncia presentaba por los frailes capuchinos en el Ayuntamiento para quejarse de que en alguna ocasión se habían enterrado víctimas de la epidemia demasiado cerca de su convento.


La ermita de San Pedro

Por cierto, esta epidemia evidenció la falta de un hospital en la villa, lo que movió al hacendado Pedro Romero Montero a construir la ermita-hospital de San Pedro, donde fue enterrado el benefactor en 1803 en cumplimiento de su voluntad.


Un proyecto de cementerio en El Catalán

Como dije antes, el cementerio de San Sebastián era muy pequeño, y además, a medida que el tiempo iba pasando, se iba deteriorando y cada vez adolecía de más defectos, como veremos luego. Así que en el último cuarto del siglo XIX se vio que era urgente construir uno nuevo, más alejado del pueblo y más grande. El Ayuntamiento encargó un proyecto al arquitecto provincial, que entonces era Juan de la Vega, el mismo que había diseñado el puente de Barrida. Según Juan Ramón Cirici (Revista de Historia de Jerez, 2, 1996, págs. 7-24), Juan de la Vega fue arquitecto titular provincial de Cádiz y jefe de Construcciones Civiles entre 1860 y 1883, año en que murió.

De la Vega presentó el proyecto el 9 de diciembre de 1882, contando ya con la edad de 76 años y quedándole solo uno de vida. En la memoria, que se conserva junto con los planos en el Archivo Histórico Municipal de Ubrique, se lee que la nueva instalación estaba justificada porque el cementerio en uso, el de San Sebastián, ya no reunía las condiciones para funcionar como tal, pues se encontraba a solo 200 m de las últimas casas, a las que llegaban los malos olores de la putrefacción, y no contaba con capacidad suficiente para una población que estaba creciendo mucho debido al auge de su industria manufacturera.

Según la documentación del proyecto, que consultó para su tesis Luisa Victoria Pérez, la parcela elegida se encontraba “en el descansadero de la Cañada, en la margen derecha del río, lindando por el Este con el camino de la villa de Algar, por el Oeste con el olivar de la Jarana, por el Norte con el vallado del huerto de la fábrica de corchos y por el Sur con la vereda que conduce a dicho olivar”. Por esa descripción, se hallaría en la actual avenida de la Diputación, cerca de la zona que en Ubrique se denomina El Catalán. El lugar aproximado se ve en este fragmento de un mapa de 1873 (como se puede ver, está indicada la existencia de una fábrica de tapones).

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El terreno, que quedaba a unos 850 metros de las últimas casas de la población, presentaba cierto declive (de 6 m en dirección E-O y de 1,50 m en la N-S). Se advertía del inconveniente de que era arcilloso, lo cual al parecer lo hacía poco apto para los enterramientos, pero al no encontrarse uno arenoso o calizo en las inmediaciones del pueblo se sugirió que se cuidara de cubrir con capas de cal los cadáveres cuando fueran inhumados. Estos son algunos de los planos que se conservan en el Archivo Municipal:

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La necrópolis iba a tener una planta rectangular no muy extensa, de 75 por 50 metros (3750 m2). Contaría con capilla, una habitación para autopsias, un depósito de cadáveres y unas dependencias para el conserje, además de un pozo, un osario y 10 secciones de nichos. El recinto estaría cercado con un muro perimetral de tres metros de altura. Se calculaba que el camposanto podría acoger hasta a 1658 cadáveres, capacidad que era más que suficiente para una población de la entidad de Ubrique. Se reservó un trozo de terreno de 300 m2 en el lado sur para los no católicos. El presupuesto era de 44400 pesetas, pero se dividió en tres fases: el cerramiento y las dependencias, los nichos y, por último, la capilla, que el arquitecto quiso que fuera “monumental” y al estilo ecléctico. Estos son planos de la capilla, que estaría ubicada a la entrada al camposanto:

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La falta de recursos del Ayuntamiento y el fallecimiento de Juan de la Vega al año siguiente dejaron el proyecto varado. Curiosamente, hoy podríamos hacernos una ligera idea de cómo iba a ser este cementerio de Ubrique si visitamos el municipal de Olvera, ya que está construido según un plano idéntico que presentó Manuel García del Álamo, el nuevo arquitecto provincial, en 1885. Ahora bien, el proyecto se ejecutó (en 1899) solo en sus partes imprescindibles, sin la fachada y capilla monumentales, por falta de fondos. Curiosamente, García del Álamo ni se molestó en tener en cuenta que el terreno del cementerio de Olvera tenía pendiente.

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El cementerio de San Bartolomé

Incapaz de construir el cementerio diseñado por Juan de la Vega, el Ayuntamiento de Ubrique mantuvo las inhumaciones en el viejo cementerio de San Sebastián hasta que en 1899 su situación se hizo insostenible. Hubo denuncias por sus malas condiciones y los consiguientes riesgos para la salud. La Junta de Sanidad se reunió y constituyó una comisión que el 8 de julio de 1899 concretó así los defectos de esta pequeña necrópolis: escasa distancia desde las últimas casas del pueblo (menos de 100 m); extensión muy pequeña (1471 m2), que impedía el cumplimiento de ciertas disposiciones legales; malos olores que a menudo llegaban al pueblo impulsados por los vientos dominantes; estado ruinoso de sus tapias, inexistentes en algunos puntos y amenazando derrumbe en otros; naturaleza arcillosa de sus terrenos, que se cuarteaban por el calor y emitían gases nauseabundos; proximidad de la capa freática, que impedía dar la profundidad necesaria a las sepulturas; e imposibilidad de ampliación por estar limitado el recinto por vías públicas y construcciones. La comisión concluyó que era inútil tratar de parchear aquel camposanto.

Pero el Ayuntamiento, presidido por José Rubiales, seguía sin contar con recursos. Se planeó vender las láminas de Propios (deuda pública), pero sin éxito. No obstante, se acordó empezar las gestiones para adquirir un terreno mientras se buscaban los fondos… Y en esto llegó para resolver el problema el vecino de Ubrique Bartolomé Bohórquez Rubiales, que desde 1890 era diputado provincial (y fue diputado nacional desde 1899 hasta 1914). Copio de la tesis de la doctora Pérez García:

Al conocer estas dificultades, el diputado y vecino de Ubrique Bartolomé Bohórquez Rubiales propuso facilitar al Ayuntamiento dos fanegas de tierra de su propiedad, en el lugar llamado “Casas de Cuenca”, a unos 900 metros de la población, que contaba ya con una cerca de mampostería de 7200 m2 y de tres metros de altura, cerrada por una verja de hierro. Contenía además dos caseríos anexos a la tapia, de un solo piso, con una extensión de 32 m2. El diputado estaba dispuesto a ceder a la Corporación, gratuitamente, dicha finca con todas sus dependencias “al solo objeto de que se destine bien perpetua o temporalmente a Cementerio Municipal Católico”.

En la siguiente imagen, tomada del libro de Fray Sebastián, puede verse el recinto del cementerio de Ubrique en fecha indeterminada (el libro se publicó en 1945), pero quizá muy temprana a juzgar por la ausencia de arbolado

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El Ayuntamiento aceptó tan generosa oferta y le puso al nuevo cementerio el nombre del benefactor, San Bartolomé, para que “perpetuamente recuerden los habitantes de este pueblo a quién deben su última morada”. (No se decía nada de a quiénes debía Bartolomé Bohórquez ser diputado, condición evidentemente privilegiada de la que disfrutó durante 24 años).

El cementerio quedaba por aquel entonces claramente a las afueras del pueblo, como se puede ver en este mapa de 1910 (esquina superior izquierda):

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Tenía una extensión de 7250 m2 más otros 5000 m2 fuera del cercado. Según Fray Sebastián, el terreno hubo de ser nivelado. Como dije antes, había dos edificaciones iguales de un solo piso situadas a ambos lados de la cancela de hierro de entrada, de 32 m2 cada una, con una altura de tres metros y medio y en muy buen estado, por lo que se podrían usar como dependencias. Los médicos consideraron que las condiciones de salubridad eran inmejorables por ser seco el terreno, existir arbolado próximo y otras razones.

Al parecer, la media anual de fallecimientos en el quinquenio anterior había sido de 207, por lo que se consideró que el camposanto tendría una capacidad mucho mayor que la necesaria para cumplir la normativa vigente. Lo único que faltaba era el espacio reservado para los no católicos y la capilla, cuya construcción se pospuso, esperándose recaudar de los ciudadanos donativos. Según Fray Sebastián, a este cementerio

se trasladaron los restos del antiguo de San Sebastián y del convento. En la inauguración llevaron a Ntra. Sra. de los Remedios y hubo discursos, bendición y habló el párroco D. José Cabello. La capilla se construyó más tarde por D. José Reguera.

Esta capilla se edificó a la izquierda de la entrada y acoge los restos Bartolomé Bohórquez Rubiales. Además, según Luisa Victoria Pérez, frente al altar se encuentran dos lápidas que rememoran al benefactor y su esposa, realizadas por el taller rondeño R. Lamas en 1919 (Bohórquez murió el 14 de octubre de 1925).

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La autorización para realizar los enterramientos en el nuevo camposanto llegó el 4 de septiembre de 1899, acordándose entonces redactar un reglamento. Esperanza Cabello ha averiguado en los libros de defunciones del Registro Civil de Ubrique que, desgraciadamente, el primer cadáver que hubo de acoger el cementerio de San Bartolomé fue el de un niño, quizá un bebé, Juan Morales Pardeza, residente en la calle Palma y muerto el 27 de septiembre de 1899 de meningoencefalitis. Para mayor tristeza, una niña también protagonizó el cierre del cementerio de San Sebastián. Copio de Esperanza Cabello:

En el libro 31 de defunciones encontramos, en el folio 200, el acta de defunción de una niña de nueve años, Beatriz Muñoz Rincón, muerta de «fiebre perniciosa» el 17 de septiembre de 1899, hija de José Muñoz y Manuela Rincón, que sería enterrada en el cementerio de San Sebastián de Ubrique. Esta es la última inhumación en este cementerio (exceptuando algún caso aislado).

En una redacción hecha por un niño de 13 años de la escuela de Francisco Fatou en 1909 encontramos detalles curiosos sobre el nuevo cementerio:

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Sin embargo, el escolar era optimista al evaluar la capacidad de esta necrópolis. La realidad es que, según cuenta en su tesis Luisa Victoria Pérez, se debieron de construir pocos nichos porque ya en 1907 empezaban a escasear, y al estar el Ayuntamiento, como de costumbre, exhausto de fondos, se tuvo que recurrir a las exhumaciones, que se podían hacer si habían trascurrido cinco años desde el enterramiento.

En 1910 se quisieron hacer nuevas obras pero se revisaron las arcas y no se encontró un ochavo. Así que se decidió aumentar la recaudación con medidas como ofrecer la propiedad de los nichos por 125 pesetas durante el primer quinquenio o subir el precio del metro cuadrado de 10 a 20 pesetas.

En 1911 se construyó un nuevo osario. Hasta 1914 solo existía una fosa común, donde se daba sepultura por 7,50 pesetas, pero como no todos podían pagar dicha cantidad, desde ese año se acordó construir otra fosa donde se realizarían los entierros de caridad.

En aquella época realizó trabajos funerarios para Ubrique el taller “J. L. Romero”, que después se llamó “Vda. de J. L. Romero” y que tenía su sede en la calle Moreno de Jerez.

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Luis Victoria Pérez describe así el cementerio ubriqueño en la actualidad:

Precede al cementerio un jardín, y su entrada consta solo de una verja, aunque se realza con dos jarrones velados a cada lado. La avenida principal, en leve ascenso, va remarcada por altos cipreses, a cuyo lado izquierdo se concentran algunas capillas, panteones y mausoleos de la primera mitad del siglo XX, y junto a ellos, el monumento que recuerda a las víctimas de la guerra civil española. En la mitad derecha un jardín, donde pudieron estar situadas las sepulturas, aunque ya no queda rastro de ellas. Los bloques de nichos acaparan la mayor parte del espacio interior del recinto. Pegados al muro de cerca y entre un bloque y otro aún permanecen algunos panteones de bóveda trasdosada, a veces rematados por un frontón, algo muy común de ver en la mayoría de los cementerios gaditanos.


Clausura de los cementerios viejos

Leo en la tesis de Luisa Victoria Pérez que se acordó reunir en el cementerio de San Bartolomé “todos los restos humanos que existían y existen en los diversos cementerios establecidos intramuros de la población, como ocurre con el de San Sebastián y Capuchinos (…) excepto aquellos restos que, por autorización especial, estaban sepultados en el templo o en el salón que está detrás del altar”.

En cuanto al cementerio de San Sebastián, aunque como hemos visto dejó de funcionar en septiembre de 1899, reparándose entonces sus tapias y haciendo en él plantaciones de árboles para sanear el terreno, en 1911 todavía se producían derrumbamientos en las bóvedas, por su “mala construcción e inferioridad de los materiales en ellas empleados, originando con ello gastos al municipio y dándose el triste espectáculo con frecuencia de ver rodar por el suelo los cadáveres en ellas contenidas en sitio donde todo el que pasa por el camino las ve, dada la poca altura que tiene la tapia”, según un documento municipal del Archivo Histórico Municipal de Ubique. Finalmente, se retiraron todos los restos humanos, se quemaron efectos, se entregaron a las familias las lápidas y adornos y se desinfectó el lugar. Posteriormente se construyó en el solar la Escuela de Artes y Oficios y se adecuó un espacio para aparcamiento.


Anexo I. El cementerio de El Bosque

Según Esperanza Cabello, el 16 de marzo de 1880 murió el ubriqueño Antonio Aragón Macías, a los 77 años, de un «reblandecimiento cerebral», y fue enterrado en el cementerio de San Sebastián. Antonio era hermano de Rafael de Aragón Macías, el abogado y latinista autor de las Misceláneas correspondientes a la Villa de Ubrique más arriba citado. Pues bien, Antonio tuvo gran protagonismo en la construcción del cementerio de la vecina localidad de El Bosque.

Según el Diccionario de Madoz, a mitad del siglo XIX El Bosque contaba con un “cementerio abierto”, lo que parece indicar que carecía de la cerca perimetral habitual en los camposantos y que por tanto solo era un terreno donde se daba sepultura, junto a la ermita. Antonio Aragón Macías, que trabajaba en El Bosque como guarda de la Casa Ducal de Osuna, sensibilizado con esta situación de penuria funeraria, costeó las obras necesarias para dotar al pueblo de un camposanto digno y al tiempo reformar su ermita. En agradecimiento, el Ayuntamiento bosqueño acordó rotular con su nombre la calle en la que vivió. Además, según Luisa Victoria Pérez, sobre el arco de entrada del camposanto se colocó esta inscripción: “Reedificados esta ermita y cementerio en donación hecha por D. Antonio Macías Aragón vecino que fue de Ubrique”.

En cambio, su hermano Rafael, que hizo aportaciones fundamentales para preservar la memoria de Ubrique, no tiene en su pueblo ni calle, pues se la dieron durante unos años y luego se la quitó la ignorancia (que yo sepa, este hombre no tiene connotaciones políticas, y además era una buena y honrada persona). Como dice Fray Sebastián:

Fue profeta. Se ha olvidado su sepulcro. Ni una triste lápida que lo recuerde. Sus huesos han sido aventados, como él lo preveía, en las sucesivas traslaciones de cementerios decretadas por manos edílicas. Gracias que se han conservado por milagro sus obras, y con ellas su memoria.


Anexo II: El panteón del general Luque Arenas

(···Próximamente···)


Imagen de cabecera: Cementerio de Ubrique (Google Maps).


J. M. G. V.

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