Peculiar y fisiológica descripción de la labor de las costureras ubriqueñas de hace un siglo

En el Boletín – Órgano de las Sociedades Culturales de Ubrique y prado del Rey» número 5, de octubre de 1922, en un artículo llamado “Crónica” alguien que firmaba «Licenciado H.» hablaba en general de Ubrique y entre otros asuntos describía el trabajo de las costureras ubriqueñas de esta forma tan curiosa:

(…) sus fábricas de curtidos pueden competir vendiendo sus productos con fabricaciones importantes y los productos de la fabricación de sus petacas, carteras y demás objetos de Ia piel se han extendido universalmente compitiendo con Ios de fabricación alemana, porque tienen un mérito que estos no han podido alcanzar, y es el cosido, obra de sus hijas que pacientemente ejecutan de modo tan perfecto que resiste la inteligencia a creer que con las manos pueda hacerse labor tan delicada y es verdaderamente digno de admiración verlas salir de sus modestas casas perfectamente arregladas en sus trajes y peinados dirigiéndose hacia el taller y en él, sentadas en sillas bajas con el pie izquierdo apoyado sobre un trozo de madera que Io eleva del suelo; la pierna izquierda flexionada sobre el muslo se coloca el tirapié, correa cerrada, que por uno de sus extremos entra en Ia punta del pie izquierdo y por el otro se apoya en el boje cuadrilátero de madera de forma rectangular apoyado por uno de sus lados mayores en la cara anterior del muslo izquierdo, el otro lado mayor del rectángulo recibe el tirapié y su intercepción con uno de los lados menores termina en forma de triángulo isóscele [sic] cuyo vértice o punta aloja las dos hojas de la petaca que han de unirse por el cosido; el otro lado menor del rectángulo se apoya en el hueco epigástrico o el estómago, de este modo colocadas con los músculos del tronco en tensión, la cabeza un poco flexionada sobre el pecho y la mirada dirigida hacia la petaca dan sus puntadas valiéndose para ello de cerdas de jabalí, hilo y de una lezna. A pesar del considerable número de puntadas que hay que dar en cada petaca, resultan pequeñísimas, equidistantes con tanta igualdad que con la vista no pueden diferenciarse unas de otras. El considerable esfuerzo que esto supone lo realizan con tal prontitud que hay jóvenes de estas que pueden coser hasta ocho y diez petacas de estas en la jornada de trabajo de ocho horas. Una vez terminada la petaca por la costurera pasa a manos del ahormador, que en moldes especiales y de formas diversas las pulimenta y adorna poniéndolas en condiciones de colocarle el grabado con el sello de la fábrica o el convenido por el dueño; después se envasan en cajas a propósito para ser destinadas a la venta.

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Imagen de portada: Rachel, una reconocida contorsionista y acróbata… | MARCA.com

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