Una misión del predicador José de Carabantes anegada en lágrimas de contrición acabó en Ubrique en 1668

José de Carabantes (1628-1694) fue un capuchino que nació llamándose José Velázquez Fresneda, pero adoptó como apellido el nombre del pueblo en que nació, en la provincia de Soria, como es tradicional o normado en su Orden. Fue muy amigo de la simpar Madre Ágreda (María Coronel y Arana o María Jesús de Ágreda), La Venerable, una monja concepcionista de la que Wikipedia informa así:

clip_image002Se dice que tenía el don de la bilocación, siendo señalada por franciscanos e indígenas contemporáneos como predicadora en Nuevo México, pese a que nunca abandonó su claustro. Sobre todo sus «apariciones» en Nuevo México y Texas, en donde evangelizaba y enviaba a los indios a pedir el bautismo a los misioneros franciscanos («La dama azul de los llanos»). La Inquisición tomó cartas en el asunto (1635), e hizo un proceso formal sobre el mismo (1649-50) con resultado favorable para la monja.

En cuanto al Padre Carabantes, sí que estuvo en América, concretamente en la misión de Cumaná, de la actual Venezuela. Otra página de la Wikipedia dice de él:

(…) se le dio la oportunidad de dedicarse a la evangelización de los caribes, cuya ferocidad era proverbial. A punto estuvo de que lo martirizasen, pero circunstancias providenciales hicieron ver a los indígenas que tenían delante a un gran hombre […]. Tras nueve años en América tuvo que regresar a España para defender a sus misioneros, falsamente calumniados. Tanto ante la Corona como ante la corte pontificia defendió la verdad y el honor de sus misioneros. […] A punto estaba de regresar a Venezuela cuando la obediencia religiosa dispuso que se quedase a misionar en España.

Parece que a lo largo de los 9 años que ejerció de misionero en Venezuela había tenidos algunos roces con la clase dirigente de allí; el caso es que su Orden no lo dejó volver a cruzar el Atlántico. En cambio, le pidió que predicara en la Península, y la primera misión de su nueva etapa terminó en Ubrique.


La primera misión del Padre Carabantes según Fray Ambrosio de Valencina

clip_image004Fray Ambrosio de Valencina, también capuchino, escribió en 1908 una biografía del famoso predicador en cuyo capítulo VII, Misiones que hizo el V. P. Carabantes en Andalucía, narra algunas vicisitudes de esta primera misión en la que hubo abundancia de llantos (júzguese por la cantidad de veces que aparece el verbo llorar o el sustantivo lágrima en el relato). La peregrinación duró algo más de un año y cuando el Padre Carabantes llegó a Ubrique como destino final pudo conocer el Convento de Capuchinos, que estaba recién terminado de construir o casi. Desde allí escribió una carta que goza de bastante fama en el mundillo de la erudición católica. La misiva iba dirigida a su protector y corresponsal habitual Guillén Ramón de Moncada y Castro, IV marqués de Aytona. La conocemos porque la reprodujo en un sermón Fray Bernardino González, lector jubilado de la Villa de Monforte de Lemos, en 1694. En su libro de 1908, Fray Ambrosio de Valencina reprodujo parte de ella. Voy a extractar la narración que hizo Fray Ambrosio de la misión de Carabantes que terminó en Ubrique y reproduciré al final la carta del predicador a su protector.

Resulta que, tras convertir a algunas tribus caribes, el padre Carabantes volví de América a mediados de 1666. Llegó a Cádiz y enseguida pasó a Roma, donde hizo al Papa una relación de sus logros misioneros, como la edificación de nueve iglesias. Además, “besó el pie a Su Santidad en nombre de cinco Reyes o Caciques”. Efectivamente, Carabantes traía una carta de tales caciques en la que estos suplicaban al Santo Padre que “se compadezca de la salud de nuestras almas y nos encomiende a Dios”. Y firmaban la misiva con sus títulos:

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Volvió a España, desembarcando en Almería y dirigiéndose enseguida a Sevilla, adonde llegó a primeros de septiembre de 1666. Una vez allí el Provincial de los Capuchinos le hizo saber que el obispo de Málaga reclamaba la presencia del misionero en su diócesis para tratar de reconducir a tanto oveja descarriada. Según Fray Ambrosio de Valencina, el Padre Carabantes alegó que

aunque la falta de salud y fuerzas podían poner grillos a sus deseos, que siempre habían sido la conversión de las almas, esperaba en la divina piedad le restituiría en su antiguo vigor para emplearse en el ministerio Apostólico de las misiones, pues tenía algunas experiencias de que la paternal Providencia del Altísimo le había favorecido en otras ocasiones, en que se quiso valer de su inutilidad como de instrumento para restauración y reparo de muchas ruinas espirituales.

Total, que aceptó.

Emprendió viaje a Málaga con cuatro compañeros, entre ellos su hermano el Padre Alonso de Carabantes.

Así que llegó el venerable Padre, se fue a tomar la bendición del señor Obispo, que lo recibió con extraordinario agasajo y júbilo interior de su alma; pues en él veneraba ocultos los tesoros de la ciencia y sabiduría de Dios para redención de muchas almas, que gemían aherrojadas en las prisiones de la culpa.

La predicación del padre Carabantes se inició en la misma Málaga.

Empezaron los sermones e hicieron tal impresión en los corazones cristianos que los más empedernidos parecían blanda cera que al fuego de la fervorosa predicación del venerable Padre y sus compañeros se derretían en ansias amorosas, obrando la divina gracia admirables conversiones, como se reconoció por las muchas y largas confesiones que se hicieron.

Después los misioneros viajaron a la villa de Casares…

…donde había una mujer poseída del demonio, y los espíritus que afligían a la miserable, empezaron valiéndose de sus voces a exclamar y a decir casi lo mismo que refiere San Lucas que le sucedió a Cristo con aquel hombre endemoniado: ¡desdichados de nosotros, que vienen estos predicadores a quitarnos las almas que teníamos por nuestras! Y todos los días que duró la misión decían por boca de la mujer: ¡hoy nos ban quitado tantas almas estos traidores; hemos de matarlos! Y así lo procuraron, pues algunos de ellos, llevados del fervor, trabajaban más de lo que les permitía su debilidad, y se inutilizaron en esta misión, por lo cual decían los demonios: ¡ya tenemos dos enemigos menos y acabaremos con los demás! Así lo intentaron sus diabólicas astucias, maquinando cuantas trazas les dictaba su furor contra los misioneros, lo cual se conoció por un suceso admirable. La Villa de Casares está fundada sobre la cima de un monte elevado y la cercan por una parte horribles despeñaderos; habiendo llegado a uno de ellos, publicando la misión, el V. Padre se detuvo allí y de repente se levantó un torbellino de viento tan impetuoso que elevó en el aire a D. Lucas Bustamante, Canónigo del Sacro Monte de Granada y misionero que venía por la calle convidando al sermón; e impeliéndole el torbellino con extraña violencia, dio contra la persona del venerable Padre con tan impetuoso golpe, que era preciso que ambos diesen en un precipicio, haciéndose mil pedazos, si Dios no hubiese hecho inmoble al venerable Padre, y más firme que una roca. Atribuyéronse uno al otro, como perfectos humildes, la felicidad del suceso y el motivo del prodigio, y prosiguieron la misión ante el pueblo que atónito los contemplaba.

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De Casares pasaron a Marbella para combatir “los dos vicios principales que reinaban en la ciudad: la blasfemia y la impureza”. El sermón del padre Carabantes logró que todos quedaran “movidos al arrepentimiento, llorando inconsolablemente y regando con penitentes lagrimas el pavimento del templo”. El párroco arcipreste puedo comprobar que terminada la misión “se habían desterrado los dos vicios capitales referidos, que inficionaban la ciudad”.

Así lo admitió un mozo al que encontraron en el camino de su siguiente destino (Gaucín):

Ya cesaron los dos vicios, y yo, que incurría en el de blasfemo, habiendo ejecutado la penitencia saludable que me impuso el P. Fray Alonso de hacer una cruz con la lengua en el suelo cuando no me vieran si llegaba a blasfemar, me veo libre, gracias a Dios, de tan pernicioso vicio.

El padre Carabantes viajó luego a Estepona, donde tuvo que pedir a los feligreses

que detuviesen la avenida de las lágrimas, porque le parecía que, desahogándose la naturaleza de las aflicciones del corazón por los ojos, era demasiado desahogo un llanto tan excesivo, que más se acreditaba de alivio que de dolor.

Cuando iba a dejar Estepona dijo en público que marchaba desconsolado porque “en aquella villa ilustre quedaba condenada un alma”.

Al oír esto algunos de los circunstantes que se sentían con conciencia de pecado mortal, cada uno se preguntaba interiormente: ¿si lo dirá por ml? Y con el temor que les infundía la aseveración del siervo de Dios se resolvieron muchos a confesarse, saliendo por este medio del estado de condenados en que se hallaban entonces, según la presente justicia, pues habían hecho muchas confesiones y comuniones malas.

Así siguió el padre Carabantes desfaciendo entuertos espirituales por los pueblos, y finalmente recaló en Ubrique.

Fray Sebastián, en su Historia de la Villa de Ubrique, dice a propósito:

Misión del V. P. Carabantes. El célebre padre José de Carabantes, misionero capuchino, a su vuelta de Roma hizo misiones en el obispado de Málaga y vino con este motivo a Ubrique. La conmoción fue tal, que de muchas leguas a la redonda acudían los fieles a la iglesia, llena de fieles de día y de noche, que no cesaban de llorar sus pecados. La misión debió [de] darse en la iglesia de san Antonio. El siervo de Dios se debió [de] hospedar en el recién estrenado convento de Ubrique y desde aquí escribió la carta al excelentísimo señor marqués de Aytona, fechada en Ubrique el 3 de enero de 1768.

Como se ve, habla Fray Sebastián de “la carta” como si de todos sus lectores fuera conocida. Y no da más noticias de ella.

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La carta al marqués de Aytona

clip_image011Pero, como dije arriba, se conoce su contenido íntegro (incluida la despedida “en Ubrique y de partida a Sevilla”) porque la publicó en 1794 Fray Bernardino González, lecto jubilado y vicario del convento de Franciscas Descalzas de Monforte de Lemos, en un Sermón (…) en las honras del Reverendísimo Padre Fr. Joseph de Carabantes, religioso capuchino y missionario apostólico”.

clip_image013El destinatario, el IV marqués de Aytona (a la derecha, cabalgando brioso corcel de pequeña cabeza) era un gentilhombre que ocupó cargos en la corte de Felipe IV y de Mariana de Austria y fue comendador de La Fresneda y definidor de la orden de Calatrava, además de gobernador de Galicia y Cataluña. Fue protector de Carabantes y en general de las misiones capuchinas en América. Como se verá al final de la carta, Carabantes sabe adularlo para que siga acarreando medios para las misiones.

La carta dice así (hago ligerísimas adaptaciones al castellano moderno, especialmente en los signos de puntuación):

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Excelentísimo Señor:

Nuestro Amantísimo Dios conceda a Vuestra Excelencia muchos y muy felices principios de año con el complemento de una y otra salud espiritual y corporal en compañía de mi Señora la Marquesa y del Señor Conde de Osona, cuyas manos con el debido rendimiento beso.


Desde un lugar de la costa de Gibraltar escribí a Vuestra Excelencia algo de lo que se sirvió de mandarme tocante a la misión. En esta se me ofrece decir cómo en ella acabé el año de sesenta y siete, habiendo empleado dos meses y medio en los ejercicios de confesar y predicar, sin que las lágrimas, fervor y compunción de los movidos por Dios en los sermones permitiera descansar ni aun la cuarta parte de la noche, pero servía de alegre y sabroso descanso el ver llover las misericordias divinas, sin termino ni límite, aun sobre los que hablan vivido siempre totalmente olvidados de Dios y de sí mismos, y muchos de ellos [con] confesiones sacrílegas de cuarenta, de cincuenta, de sesenta y de más años, en quienes se veía tan de repente y tan rara la mudanza de vida y costumbres, que se les podía muy bien decir, con el Santo Rey David, que era aquella su mudanza [obra] de la diestra del Excelso, en tanto grado que apenas se conocían unos a otros y llegaban a desconocerse a sí mismos, según afirmaban muchos de ellos.


Fuera sin duda, Señor, al celo y caridad de Vuestra Excelencia motivo de sumo gozo ver las Iglesias llenas de gente de todos estados todo el día; y que no salía persona alguna de ellas sin dejarlas primero regadas de penitentes y devotas lágrimas, que vertían cada día en los cotidianos sermones. Las casas quedaban todas cerradas y sin persona alguna. Los labradores, hechos unos Santos Isidros, cesaban de la labranza por acudir a la Iglesia. Los pastores, imitando a los de Belén, dejaban solos toda suerte de ganados por ir en busca de Dios, a oír su Santa palabra, dejando su cuidado a su Majestad Divina y al Santo Ángel de su Guarda; y todos, hombres y mujeres a porfía, venían buscando a Dios y más de Dios cada día, aun las que por pobres y desnudas no acudían antes a misa en todo el año; y lo que motiva mucho a alabar a Dios es que, sabiendo ya por experiencia que iban a llorar, buscaban la ocasión y el motivo cada día, como pudieran, el más rico tesoro o el más regalado banquete a que unos a otros se convidaban fervorosos.


Corrió la voz de la misión a otros obispados, y de ellos vinieron a gozar de ella no pocas personas, y hasta de Ceuta vinieron otras, y todos para llorar por su bien, y suspirar por su Dios. Y según veía la sed que tenían de llorar y más llorar, juzgaba que tenían aquellas lágrimas el privilegio de dulces y sabrosas, lo que dijo de las suyas San Agustín: Bendito sea el Autor y fuente de tales y tantas misericordias. Y como las de Dios son sin término, no se limitaron a sus almas, sino que se ampliaron a sus tierras, donde han tenido la más sazonada sementera que jamás vieron; y no lo admiro, pues nos dejó dicho el Soberano Maestro que en primer lugar buscásemos el Reino de Dios y su justicia, y se nos daría lo demás por añadiencia.

Fray Ambrosio de Valencina, en su biografía del Padre Carabantes, copia la carta hasta aquí y pasa directamente a la despedida. Lo que viene después parece que no le interesó o que no juzgó propicio a la propaganda católica que defiende la existencia de un Dios infinitamente bueno, ya que, como se verá, Carabantes asegura que hubo discrepancias entre Dios y la Virgen sobre el trato que merecía cierta villa descreída, resultando al final que el primero (Dios) lanzó piedras sobre los sembrados del lugar porque no encontró ni a veinte “adultos justos” de entre sus 2000 habitantes. Dejo que cuente los detalles el propio misionero:

No ha mucho tiempo, Señor Excelentísimo, que llegó a mis pies una persona de aprobado espíritu, y en él se le mostró nuestro Señor muy ofendido; y determinado a castigar gravemente el lugar en que vivía, mediaba al mismo tiempo la intercesión de la Soberana Reina de los Ángeles. Y por fin se dio sentencia de ser castigado el tal lugar, como en él no se hallase el número de veinte justos adultos, donde había pasados de dos mil en todos, y aun entre tantos parece que no se hallaron siquiera los veinte buenos, pues acabada la visión se vio comprobado al momento, lloviendo el Cielo piedra tanta que destruyó los campos con cuantos sembrados tenían. Hice misión en este mismo lugar y quedaron (mediante Dios) tan ajustados y justos que, movida sin duda de esto la piedad divina, les franqueó liberal luego singulares gracias y misericordias divinas.


Otras tales, y aún mayores, creo que usará la Divina bondad con la Monarquía de España mediante semejantes misiones en todos los Obispados. Ello a su Majestad le importa mucho, y le cuesta tan poco como es mandarlo. Yo lloro quizá, más que mis culpas, los daños que padece España, y sírvame de consuelo el desahogarme con Vuestra Excelencia, a quien por Dios y por su Santísima Madre, suplico interponga su celo, su santidad y su eficacia en esto, y se conseguirá sin duda, de [lo] que quedaré yo gozoso, España sin los males que la afligen, la Majestad Católica bien servida y la Divina obligada a remunerar a Vuestra Excelencia breves servicios con eternos premios.


En Ubrique y de partida a Sevilla en tres días de enero de este año de mil seiscientos sesenta y ocho.

Una vez en Sevilla escribió de nuevo al marqués de Aytona el 17 de enero de 1868 reconociendo que la experiencia le había entretenido bastante:

yo no puedo ya por mis pecados volver a ella [a la misión de Cumaná], pues los superiores no gustan de ello: hágase la divina voluntad. Lo cierto es que, si hago misiones como las del obispado de Málaga, no tengo que envidiar más misiones de bárbaros.

clip_image017El marqués de Aytona falleció dos años más tarde y seguramente Dios cumpliría enseguida su “obligación” de remunerarlo con los eternos premios que le garantizó Carabantes. A este le quedaban por delante muchos años todavía para conseguir anegar a toda la península ibérica en lágrimas (murió en 1694). Según la Wikipedia “tiene introducida la causa de beatificación” y “su cuerpo se conserva incorrupto hasta la actualidad”.


Bibliografía

  • M. R. P. Ambrosio de Valencina: Vida del V. P. José de Carabantes, Apóstol de los Caribes y Misionero Apostólico en los Reinos de Andalucía y Galicia. El Adalid Seráfico, Sevilla 1908.
  • Fray Bernardino González: Sermón que predicó (…) a veinte de abril de mil seiscientos y noventa y quatro en las honras del Reverendíssimo Padre José de Carabantes, religioso capuchino y missionario apostólico. Oficina de Melchor Álvarez, 1694.
  • Fray Sebastián de Ubrique: Historia de la Villa de Ubrique. La Divina Pastora, Sevilla 1945.
  • Ángel Gabriel Ureña Palomo: “Los papeles, sermones y demás alhajas de la misión”. José de Carabantes y la escritura misionera en la España del siglo XVII. Tiempos Modernos 34 (1), 2017, pp. 110-134.
  • Wikipedia: José de Carabantes. (Consultada el 15/04/22).
  • Wikipedia: María de Jesús de Ágreda. (Consultada el 15/04/22).
  • Wikipedia: Guillén Ramón de Moncada y Castro. (Consultada el 15/04/22).

Imágenes. La imagen de cabecera representa al padre José de Carabantes. Es de un anónimo italiano del siglo XIX (Wikimedia, dominio público). La imagen del Padre Carabantes ya anciano figura en el libro de Fray Ambrosio de Valencina, sin constar el autor. La de la Madre Ágreda (Wikimedia, dominio público) también tiene autor anónimo. La fotografía del Convento de Ubrique la tomó en 1942 el Archivo Fotográfico de la Dirección General de Turismo. Se conserva en el Archivo General de la Administración (AGA,33,F,00102,06,017).

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