Fray Sebastián de Ubrique vivió el incendio de la parroquia sevillana de San Julián en 1932

La imagen de Fray Sebastián de Ubrique que nos resulta más familiar quizá sea la que aparece en un artículo que le dedica la Enciclopedia Espasa (él, como contribuyente de la misma, fue el autor de la entrada Ubrique). La vemos bajo estas líneas. En ella el venerable exhibe su barba proverbial. Pero aunque no lo parezca, también es Fray Sebastián el cura de la imagen que encabeza este texto, aunque lampiño y enfadado (por causa justa, según explicaremos enseguida), tal como apareció en la revista Mundo Gráfico el 13 de abril de 1932.

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¿Y qué creen que sostiene nuestro fraile inefable en su mano y nos muestra con tanta gravedad? Probablemente es un resto carbonizado de alguna imagen de santo o algún libro sagrado que “rescató” de las ruinas de la parroquia sevillana de San Julián, que ardió el 8 de abril de 1932 para gran disfrute de Pedro Botero. Fray Sebastián apareció en los papeles porque tuvo una  actuación heroica en aquel siniestro al intentar lanzarse temerariamente, llevado de la intrepidez que da la fe, a rescatar las Sagradas Formas…

Veamos lo que pasó según lo contó en Mundo Gráfico el periodista granadino Hipólito González y Rodríguez de la Peña, que firmaba la noticia con su seudónimo habitual de Julio Romano:

fray_sebastian_incendio_03La mañana del viernes pasó por Sevilla, como una lengua de fuego, la noticia de que había ardido una de sus iglesias más populares: la de San Julián, donde se veneraba la famosa Virgen de Hiniesta. De boca en boca iba la noticia, que hacia asomar las lágrimas a los ojos de las mujeres y ponía en muchas caras un aire de tristeza. En tranvías y coches iban muchos sevillanos a ver el inmenso brasero. Allá fuimos, metidos entre el tropel. Cuando llegamos, el templo era un enorme tizón. Vigas amontonadas, humeantes, tablones a medio arder y a punto de desprenderse de los pilares, imágenes carbonizadas, paredes chamuscadas y renegridas, y allá, en el fondo, el altar humeante, en donde el agua de las bombas luchaba con las tímidas lengüecillas de fuego que aun se cebaban—codiciosas— en los escombros.

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Un sacerdote viejo, con su raído balandrán, iba de un lado para otro, moviendo la cabeza tristemente, y mascullando palabras. En los boquetes de las puertas, los tricornios de los civiles, y la gente del pueblo—comadres, labriegos, chiquillería—que se agolpa para ver el templo incendiado.

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La iglesia de San Julián ha quedado destruida en una hora. Según parece —y éste es el comentario popular—, el fuego se inició por distintos sitios a la vez. Lo de siempre y lo de ahora: el odio anónimo que pone la gasolina y la cerilla en la mano anónima también y el incendio que surge atemorizando a la ciudad.

fray_sebastian_incendio_06El cura párroco, señor Delgado—que ha caído enfermo—, ha dicho que al abandonar la iglesia, ya anochecido, quitó la palanca del conmutador de la instalación eléctrica del templo, por lo que huelga pensar que el fuego haya sido ocasionado por un cortocircuito. Añadió el señor Delgado que dejaba apagada también todas las noches la lámpara del Sagrario para evitar que el chisporroteo lanzara una chispa y produjera una catástrofe.

Los vecinos comentaban que alguien había apagado las farolas de gas que rodeaban el templo, y que alumbraban las calles de Moravia, la Plaza de San Julián y la del Duque de Cornejo.

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El fuego ha convertido en pavesas un San Cristóbal de Sánchez de Castro, la primitiva Virgen de Hiniesta, escultura del siglo XIII, cuadros de Zurbarán, el retablo y  otras joyas de arte. Se ha salvado —aunque mutilada— una Inmaculada de Alonso Cano, obra escultórica magnifica.

Pero, ¿qué participación tuvo exactamente nuestro Fray Sebastián en toda esta historia? El reportaje de Mundo Gráfico que les estamos trasladando lo explica muy bien:

Cuando llegó al lugar del siniestro el  padre Sebastián Ubrique, superior de los Capuchinos, quiso entrar en el templo —convertido en hoguera— para salvar las Sagradas Formas. Los bomberos contuvieron al padre Ubrique, haciéndole ver el peligro a que se exponía. Y añadieron:

—Nosotros sacaremos las Sagradas Formas, padre.

En efecto, poco después, los bomberos, quitados los cascos, entregaban el Santísimo al padre, que lo recibió de rodillas.

La escena tuvo que ser sumamente edificante. Es de suponer que los bomberos se quitaron los cascos (en señal de religioso respeto) una vez  a salvo de posibles derrumbes…

Bajo la foto de Fray Sebastián con la cosa quemada que hemos reproducido más arriba figura este pie:

El R. P. Don Sebastián de Ubrique, superior del convento de Capuchinos, que logró salvar de entre las llamas del Sagrario el Tabernáculo con las Sagradas Formas.

fray_sebastian_incendio_08Julio Romano, después de dar unas pinceladas históricas sobre el templo siniestrado y las riquezas iconográficas que contenía, acababa su artículo de esta forma tan poética.

Todo ha quedado reducido a cenizas. El templo ha desaparecido, quedando sólo en pie los muros y pilares y cúpulas, que semejan
enormes pupilas vacías, que tienen por fondo el azul intenso y fuerte del cielo .sevillano.

 

Lógicamente, el periódico ABC de Sevilla se hizo eco de los hechos:

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[…]

 

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Un magnífico estudio histórico de lo que pasó

Emilio José Balbuena Arriola ha escrito un documentado artículo de investigación histórica titulado El incendio de la iglesia parroquial de San Julián en el que explica con todo detalle lo que se sabe que pasó. En su texto cita no solo al padre Sebastián, sino también a otro cura ubriqueño: Eduardo Paradas Agüera:

fray_sebastian_incendio_11Pasadas las cinco y media de la madrugada y debido a que
se empezó a controlar una parte del incendio, el padre Sebastián de Ubrique, guardián del convento de Capuchinos, que había acudido a San Julián levantado por el revuelo que había en todo el barrio, consiguió con la ayuda de unos bomberos salvar las sagradas formas que se
encontraban en el sagrario de la capilla sacramental, así como la imagen de la Inmaculada Concepción que presidía dicha capilla.

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[…] Por lo que respecta a la autoridad eclesiástica, representada en el párroco de San Julián, don Ismael Delgado Rasco, desde que fue entrevistado por los periodistas en su casa no dudó en manifestar su creencia de que el incendio fue provocado. Él personalmente se encargaba todos los días de quitar el conmutador eléctrico y declaró ante el juez que incluso las lámparas de aceite las había apagado días antes, ya que la calidad del producto era mala y en previsión de que pudiera producirse un incendio las apagó. El señor cura párroco estuvo en un primer momento rescatando el archivo parroquial y otros enseres, pero debido a la impresión de lo sucedido tuvo que marcharse para su casa y guardar cama. Una de las primeras visitas que recibió el párroco en su casa fue la de su coadjutor y responsable de la filial de Santa Marina, don Eduardo Parada[s] Agüera, para darle informe de los últimos trabajos efectuados por los bomberos y para pedirle permiso para comunicar la noticia al cardenal arzobispo de Sevilla, Eustaquio Ilundáin, que recibió la noticia afectadísimo, personándose en la tarde del mismo 8 de abril en el templo y viendo los destrozos en el templo.

Según Balbuena Arriola, el asunto llegó a Madrid. En el Congreso se estaba discutiendo el Estatuto de Autonomía de Cataluña, pero los periodistas le preguntaron al presidente del Gobierno, Manuel Azaña, por el suceso de la parroquia de San Julián, respondiendo este que «hay pruebas suficientes que permiten asegurar que el incendio de la parroquia de San Julián, de Sevilla, ha sido puramente casual«.

El 16 de abril hubo un pleno muy movidito en el Ayuntamiento de Sevilla, sobre todo desde el momento en que un concejal socialista, tras asegurar que «nadie que ame a la República ha podido ir a incendiar el templo» manifestó que «si alguna mano ha incendiado la iglesia, han sido manos clericales». Se armó tal revuelo que los municipales hubieron de desalojar al público.

 

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Las investigaciones policiales desembocaron en la detención el 1 de julio de dos jovencísimos homosexuales (sobre estas líneas): Rafael García Aguilar, alias Custodia Romero o La Pinocha, de 16 años, supuesto autor material,  y Antonio Lagares Binot, apodado María Alba o La Bizca, de 18 años, colaborador. Ambos no solo declararon ser los autores del incendio de San Julián (asegurando que lo hicieron sin obedecer órdenes de nadie), sino que también se inculparon de un intento frustrado de quemar el Convento de Capuchinos (del que era guardián precisamente Fray Sebastián de Ubrique, como hemos dicho), la parroquia de San Gil y los domicilios particulares del cura párroco de San Julián y de un guardia de asalto.

Para más detalles, recomendamos la lectura del documentado  artículo de Emilio José Balbuena Arriola.

 

“Estupendo milagro” tras el incendio del convento de Ubrique en abril de 1936

Se comprenderá que Fray Sebastián, al que le habían intentado quemar el convento que dirigía en Sevilla, probablemente por haber sido testigo de la quema de San Julián, estaría un poco resabiado y rabioso con los fueguecitos, de los que no toleraría más que los artificiales en honor de la Virgen de los Remedios y las llamitas de las velas. Pues bien, al hombre lo destinan a Ubique, su pueblo, y hete aquí que las multitudes le meten fuego también a su nuevo convento. Quizá por eso, en su Historia de la Villa de Ubrique, contó los hechos como con un poquito de saña:

fray_sebastian_incendio_14¡Milagro estupendo! A la misma hora en que el Botijas se regodeaba, cerca del Nacimiento, de su hazaña [de haber participado en la quema de imágenes del Convento de los Capuchinos de Ubrique, el 18 de julio de 1936], sudoroso y jadeante de la inmediación del fuego, y se disponía a tomarse un· vaso de vino, junto a los dos pequeños puentes del Algarrobal, las aguas del río se llevaban a un niño suyo de ocho años.

-¿No sabes lo que pasa? -le dijeron.

-¿Qué?

-Que a un hijo tuyo se lo ha llevado el río.

Con los ojos espantosamente dilatados, con la faz desencajada y los brazos abiertos, iba el Botijas calle abajo, con su mujer detrás, dando gritos como una loca. Toda la tarde, toda la noche, todo el día siguiente, que fue domingo, con su noche, estuvieron los dos, al frente de un grupo numeroso, provistos de ganchos y con el agua al cuello, buscando a su hijo, que apareció en la mañana del lunes, a unos cinco kilómetros, en la confluencia de las aguas de la venta de la Albuera.

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Estábamos nosotros todavía en la memorable sesión con los concejales en la sala, cuando llegar0n pidiendo auxilio, diciendo que un niño se había caído al río. El alcalde designó dos hombres para que ayudaran a buscarlo. Aquella noche o la siguiente llovió en tal forma, que las aguas del río tomaron mayor incremento y subieron grandemente de nivel, haciendo más difícil y penosa la captura.

La mujer increpaba a su marido de esta forma:

-¡Tú tienes la culpa! ¡Tú tienes la culpa! ¡Qué dolor de mi niño!

Un rumor empezó a correr por todo el pueblo aterrado: ¡Castigo de Dios! ¡Castigo de Dios! El ayuntamiento mandó no hablar del castigo, y amenazó con imponer una multa al que se atreviera a hablar del asunto.

(Al poco tiempo a uno de los incendiarios del convenio se le quemó un hijo, llamado Manuel González Romero, abrasado en aceite hirviendo.)

“¡Estupendo milagro!”, “¡castigo de Dios, castigo de Dios!”. Sin embargo, al parecer Dios no quiso castigar a La Pinocha y a La Bizca, autores confesos del incendio de San Julián, porque en el juicio fueron absueltos por falta de pruebas. Y es que los designios del Señor son inescrutables… 


J. M. G. V.

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